lunes, septiembre 04, 2006

Carnada




~~~navegando se siente el vaivén~navegando se mueve la mar~navegando me ensordece el rugir~navegando me rompo al hablar de las olas~~~

Hoy precisamente me incomoda el tarro sellado. Me ahogo con sólo pensar que soy el último cebo del frasco.

Lo único que me mantiene atenta es el olor a mar que siento esta noche. La noche que esperaba, la que confiaba que llegaría.
Esta noche me empapo, supero la humedad. Esta noche respiro por primera vez bajo el mar. Esta noche me tiro de cabeza a nadar. Esta noche me lleno de sal la boca y el cuerpo, me hostigo con su sal.

Me toma entonces con cuidado. Me inventa incluso que fui escogida entre la multitud que ya usó(aunque no quede nadie).
Ese es un detalle que no me impide dejarme tocar.
Me pasa su dedo helado por la mejilla, me recorre la cara y se detiene en el cuello.
Se va.

Toma su caña de pescar, estoy segura que me va a invitar a probar la inmensa salmuera. Pero pronto desvía la mirada, tensa las mandíbulas y reina el silencio.
Saca con cuidado un pedazo de metal. Con seguridad me levanta y me aprieta con su pulgar y su índice derecho.
Incluso sin mirar...
Me clava el azuelo

Con un sólo golpe me roba espacio, me quita cuidados y me desprende la vida. Mi ilusión se desbanda (disimulando los celos, me quito el espanto).
No sirvo entonces para gritarle en la cara la metamorfosis que podría haber bailado en su honor. Ni yo misma me entiendo, tantos años secándome y nada. Me revientan los concejos y sin embargo los recuerdo y sin excusas me los trago. Esto si que huele y sabe a cerros de sal. Sal que se me queda entre medio de los dientes y en el paladar. No mereces la espera y yo no merezco tu risa. Aunque antes pedía que me zamarrearan con más que palabras, ahora me rió casi al azar.
Me pregunto porqué no usó una red. Porqué obligarme a mirar, a sangrar.

Me caigo al mar colgando de tu caña de pescar. Un pez gordo me mira con recelo, me devora con la mirada. Nada con gracia y cuidado frente a mi cárcel de ultramar. Yo lo miro admirada, amarrada entre hilos y atravesada sin piedad.
Cierro los ojos y enmudezco al cuerpo. Me hago inmune a su olor, no siento más que el agua presionando la poca piel que me va quedando. Y me miento con frases como la anterior. Igual como me miente el miedo. Así mismo como me mintió la niñez.

Y lo inminente ocurre: me muerde despacio y me disfruta lento, aunque le duela la garganta.

En ese momento el pescador siente (mientras dormía sobre el bote) que algo tira de su caña de pescar y recoge su premio con ansiedad. Se le dibujan mil sonrisas en los ojos y no se quiere despegar más de su cuerpo de pescado.
Ahora entiendo, no soy más que CARNADA.
Con haberte ayudado me basta.

Y aún después de probar sus dientes, sigo mintiendo cómo en la frase anterior.