martes, febrero 19, 2008

Guachita rica



Era una mujer de estatura media, pero con unos tacos que se los quisiera pulgarcito. Tenía el pelo largo, pero no tanto como para que uno concluyera que cantaba aleluya en las micros. Caía rubio mirado desde algún ángulo de la calle monjitas y negro desde otras calles. Caían juntos de manera pretenciosa y bien cuidada, en ondas que desde lejos apostaban todo por ser cafés el día 22 de marzo del 66.

Pero seamos honestos, el pelo era lo último que uno le miraba.

Cuando la vi por primera vez, cuando vi su cuerpo apretadito por primera vez, me estaba bajando de una micro. Ella esperaba la luz verde para así poder cruzar y yo haría lo mismo una vez que la alcanzara con paso apurado desde la media cuadra tarde que me dejó el señor conductor. Andaba con un vestido cortito. "Llamativo" como diría la vieja de mi madre si la llevara a la casa y la presentara como mi pareja vestida así.

Era un vestido de ejecutiva de banco color calipso, un jumper simple, pero más arreglado que uniforme de escolar adolecente. Lo tenia pegado al cuerpo, al 1/4 de cuerpo que tapaba. Al cuerpo de diosa, que no sé bajo qué fórmula matemática, lograba mantenerse dentro del vestidito sin salirse por el cuello.

Desde el semáforo, hasta el lugar donde yo la acompañaría con la mirada caliente, la vereda se transformó en un espectáculo. Su fisonomía jugaba en un compás de seducción callejera, de deseo incompleto, absurdo e infantil, como un polvo colectivo de puro mirarla. Guachita rica.

Y no era sólo yo, era cada uno de los hombres que se toparon con ella. Grandes, chicos, flacos, padres de familia, emparejados, acompañados, solos, estúpidos, galanes, flaites, cuicos, a pata o en auto . Todos tenían una opinión, una calificación o un mijita rica en los labios, en los ojos o en donde usted prefiera. Ninguno de nosotros podía evitar examinarla, morderla, recorrerla con la mirada de punta a punta, desde todas sus infinitas puntas.
Un par se atrevieron a dedicarle unas palabras, pero de puro calientes no más. Si hasta las mujeres no le quitaban los ojos de encima. Eso si, en este caso, no sé si de envidia, de culpa o de calientes también. Es que con las mujeres nunca se sabe.

Sólo uno de los miles de hombres que la desearon, un hombre de piel clara y ojos evasivos, decidió dejar el anonimato y tomarla por el cuello, besarla, tocarla y almorzársela ya no sólo con los ojos. Con libreta en mano hace años, la había terminado por poseer, por comer viva. Perro astuto, escultor prolijo, ídolo y maestro.

En mi opinión ha sido de mis mejores días, hasta que vi la portada de la Cuarta hoy en la mañana mostrando el rostro oficial del femicidio nº 42 de lo que va del año.

Era ella, estoy seguro.

Estoy seguro porque el hombrecito ese, como decía la crónica, la asfixiaba a ella. Su peso la quebraba varias veces y la sobrepasaba, la terminó por vencer. Él era su marido y los demás unos imbéciles que caían producto de la meneadita de la suelta de su mujer.

Por eso la mató.

Pero la mató sin cuchillo, la asfixió de repudios, de garabatos y de maltratos. La encegueció con su seguridad de niñito bien y la obligó a callar, ella no se resistió mucho. Uno es animal de costumbre y la sociedad encerrada en su casa poco ayuda. Porque si lo hizo la reina del koala y el rey del sandwich de potito, es mejor callarse la boca y ser feliz con lo que tocó. Ser agradecido y quizás exitoso en la medida de lo posible. Por eso la mató sin armas, sin las manos, sin entierros, ni menos homicidios dignos de best seller. La mató despacio, por el peso del cuerpo, de manera metafóricamente efectiva. Nunca más sería invisible frente a ella.

Si doliera menos, escribiría mi relato en primera persona, si me doliera justo y necesariamenre hubiese muerto de la sorpresa y de la vergüenza, pero el crimen se paga caro desde el día que crucé la calle mirándolo todo desde ella. Desde la que sería portada del último diario, del que escribo yo.