¿Te acuerdas aquella vez que predije la muerte con la picardía de un santo?
Tú estabas ahí, tan presente. Un
recuerdo que vale la pena oler tres veces, que vale la pena desvestir y llorar de vez en cuando.
Porque tú lo abarcas todo y lo repletas, lo llenas de
vacío y no dejas espacio para mí
Y ahí, en la ausencia de mi masculina realidad, en silencio, me receto las ganas de
tocarte.
Aunque sepa que en
20 años más llorarás haber dejado escapar mi cuerpo repleto de mar, eso no me alcanza. Yo quiero tu olor conmigo esta tarde.
Aunque mi profesión merezca tus brazos arrugados y arrepentidos, yo quiero comerme tus labios hoy.
Borraría todo mi talento predictivo de cuajo de tener tus manos
arrullando mi frente con la suavidad que nunca supiste darme. Si de momento aparecieras rogando mi abrazo por esa puerta,
si me pidieras hoy mismo que saliéramos a caminar de la mano y que te
hiciera el amor, yo dejaría estas voces que me repiten que los hombres se matarán unos a otros y que me cuentan que mi recuerdo insistente te tocará las piernas cuando cumplas 33.
Me encantaría amarte de frente y no tener este recuerdo difuso de tus manos
amarrando tu pelo. Que mi presente y mi futuro de nada sirven si no me enseñas con dulzura como
la miel de tu boca mancha mis camisas.
De no tener que depender del futuro para llenar mi plato de comida, olvidaría que no tuvimos el valor de tocar con las manos lo que, en el centro del pecho, nos distraía.
En la impotencia desaparezco entre tanto mundo enardecido y rezo por que todo esto sea mentira, pido por el ti y el por mí.
Por el nuestro placer muerto en un bostezo.
Aún así, siempre esta la porfiada esperanza de un redoble de tambores y un te quiero, que logren rearmar en cualquier espacio, cualquier por ti.
Es entonces cuando me atrevo a decirte, en mi doble ocasión de
crecimiento, en mi nueva opción de darme a luz, que si te he visto no me acuerdo. Aún después de sufrir ese abismante dolor de crecer, de ver mis
huesos partirse en miles de fragmentos incandescentes, de ver mis
músculos extenderse como elásticos vencidos, de rellenarme de litros de
sangre y de carecer de miles de
neuronas, porque la
pubertad así lo quiso.
Qué más podría señalarte un día cómo hoy, que los buenos días se dicen
de pie y sincronizados. Que desde esta trinchera seguiré escribiéndote cartas y esperando que mañana pueda ser otro día. Ojala lo que digo sea mentira, que nuestro dolor sea momentáneo y que esa micro no me pise a las 3.
Ojala (y esto de verdad te lo digo) que todo lo que he dicho (como me dijiste) sea mentira.
Porque si tu mientes, yo te creo.