domingo, mayo 25, 2008

cuerda que creo

Él tiene su memoria y a ella le inyecta sus salivas como pavo de año nuevo. La enfrasca en un perímetro reducido de deberes, decires y conocimiento ilustrado.
La usa como fuente de dinero y la adoctrina moliéndola con versos de otros, besos ajenos y normas del tránsito.
Que esto se puede hacer y que lo otro está prohibido, que la manera de llegar a cualquier lugar tiene un método más eficiente si se lee y se memoriza un poco.
Para ser sincero, veo en él recuerdos envidiables, casas en la playa y noches de intenso estudio, completamente equipados de detalles precisos.
Él es señalado como uno de los filósofos más importantes del siglo XX y no hizo más que recordar el momento en que había nacido y que no cansa de describir como "una tarde lúgubre en que dejé de creer que el cielo algún día podría derrumbarse encima de mi cabeza".
Conoce todas las palabras que están escritas en el diccionario, recuerda con exactitud las caras de todos los que han compartido con él un viaje en metro. Sabe los países del mundo y sus capitales, repleta de datos los cajones y compra con ellos más para seguir guardando los libros, las clases, las conversaciones, la materia, las citas, los artículos, los cumpleaños y los nombres.
Canta además con precisión toda canción popular y puede nombrar a más de 53 autores rusos sin arrugarse.
Conoce su cuerpo, cada parte y sus funciones, cada hueso, tendón,musculo y freno; están por él dominados. Una vez me confesó que se desvela por los peces en áfrica, porque sabe que son demasiados.

Por eso me pareció tan extraño verlo ayer caminando sin recordar quién era. aunque igual dudo que así sea, desde el colegio siempre él recordó con mayor precisión que yo.

jueves, mayo 22, 2008

P.I.B

mala persona
miedosa persona
culposa persona
absurda persona
violenta persona
obscena persona
cansada persona
enferma persona
dulce persona
inocente persona
invisible persona

persona sola
muchas personas


LA MISMA PERSONA
((AMOR DE PERSONA))


martes, mayo 20, 2008

409


Había esperado 35 minutos la micro. Habían pasado también alrededor de 10 canciones. Me subí sin decir el hola que acostumbro, no estaba de humor.
La micro por la demora estaba repleta, así que tuve que reacomodar mi bolso varias veces, y sobajearme con una manga de desconocidos.
Por suerte quedaba una esquina y una baranda para mí, un pequeño placer cotidiano. Quede frente a un trío de trabajadores, recién me había duchado y sentía mi olor como si fuera verano. Me puse a pensar en él.

Suenan los beatles en mi mp3 y veo a un señor babear. -¿Cómo tanto sueño?- pensé.
Pobre señora a su derecha, se ve incómoda. Se hace a un lado y justifica su continuidad en el asiento con un movimiento de hombros, como si quisiera pedir disculpas en nombre de él.

Me empieza a sorprender el agua que brota a borbotones desde su boca. El hombre hace globitos y su saliva recorre su cuello copiosamente. Paro la música.

El hombre está convulsionando.

Como puedo, llego donde el chofer. Le digo, asustada, que hay un hombre que convulsiona en la parte de atrás del vehículo, pero me mira y me dice que no puede hacer nada. Llamo a una ambulancia, están fuera de servicio. A esas alturas la gente está alterada. El hombre convulsiona violentamente desde su asiento. Llamo a carabineros, me dicen que llame a una ambulancia.

El hombre con los ojos blancos, escupe copiosamente y empieza a hablar como en un transe. Vomita con vehemencia todo el dolor que tiene acumulado en su asiento, todas las mañanas, tardes, y noches perdidas en comprar un pan, un pan que le sirve para pagarle la mantequilla al banco.
Escupe palabras que no se le entienden; guarda, expulsa, mea y palpita todo un diccionario intenso, propio y necesario.
Transmite, como una lava incesante y ácida, una lengua nueva entre los pasajeros; mientras yo temo que se la muerda y se ahogue.
Miro el reloj, seguro llegaré tarde.

El señor ahora se pone de pie mitad por convulsión, mitad por ira y señala un perro que está afuera del transantiago (al menos eso es lo que veo que señala desde mi posición). El señor escupe en la cara de una niñita que, de los nervios y la náusea, se pone a llorar.
Salta luego, sin pudor, por entre medio de los pasamanos y la gente se empieza a asquear. Ya no es lástima lo que sienten, porque está hablando de temas que no se conversan ni en la mesa ni en el transporte público, esto ya es una falta de respeto.

En eso un joven, cansado del espectáculo, lo toma del torso y lo zamarrea. El señor se despierta.
Aún en estado de shock, se nota que no comprende nada.
Le preguntan si esta bien, si quiere algo. El niega con pudor todo ofrecimiento.
Toma una botella de cachantún y se bebe de un solo sorbo toda el agua.
Toda la micro se ríe.

Vuelve el silencio.

Luego de tres cuadras, el hombre se baja como si nada. Todos retenemos el aire y nos miramos sospechosamente. Tres cuadras después se sube un viejo con muletas.
Sólo entonces, podemos volver a respirar en paz.

martes, mayo 13, 2008

duelo

Mis zapatillas nuevas durmieron a mi lado. Me las saqué para poder dormir, para dormir cómodamente digamos, y para demorarme menos en conciliarme en el sueño.
No puse mucha atención donde las dejé, en general no me fijo mucho donde pongo las cosas y mi madre me suele sermonear por ello. Usualmente creo que tengo la suerte de no poner mucha atención, pero lo que hice anoche fue un despropósito. Fui descriteriada y provoqué un desastre de proporciones irónicas que aún desconozco.
Me desabroché los cordones de una zapatilla y me la saqué, la otra fue desenfundada producto de mi pie, que ya liberado, la empujó y la hizo volar por los aires. Las 2 cayeron dentro de un perímetro similar.
Pero yo caí a un lado, tenía demasiado sueño y estaba demasiado contenta como para fundar un día nuevo antes de dormir un rato. Así que me arropé y desarropé durante la noche. Supongo que me debatí entre un lado y otro y también asumo que mi respiración se encendió a ratos y mi pecho se empezó a querer continuo y acelerado desde la noche anterior, sospechoso estado de temor y regular sensación a leche condensada. Cómo si esto fuera una pregunta, me respondo que es verdad y que lo sustantivo justifica la existencia de mis labios y mi lengua, aunque me confundan con su carencia de aliento cada vez que lo pronuncian.

Al despertar miré a mi derecha y ví un charco de sangre. Era, para ser precisa, una tela roja y cordones que amarraban a mis zapatillas antiguas por el cuello. Las nuevas estaban durmiendo plácidamente a su lado, o lo estaban aparentando, no había ánimo para descubrirlo.

Las muy sínicas durmieron pegaditas a mi y yo irresponsablemente las dejé solas, así que el amanecer ya me mostraba lo inevitable, se habían agarrado de las lenguas los dos pares rojos y olímpicos, así no se puede.

Luego de volver del shock, tomé a las viejitas en mis manos y claramente se podía ver, sin peritajes forenses, que había luchado. Las viejas canallas estaban amarradas y en silencio, de ellas emanaba un olor putrefacto. Después de haber pedido tantas reivindicaciones deben haber estado cansadas, no las culpo.
Así que las saqué afuera, las dejé a un lado del basurero y les di sepultura.

En la noche, cuento corto, me puse las nuevas y según lo que he escuchado últimamente estaba muy feliz, bailé como nunca.

Preferí no hacer ninguna denuncia, lo que a veces no me permite dormir bien. La culpa aparece de tanto en tanto porque estoy conciente que soy la única testigo ocular del desastre y si no hablo, este incidente nunca se va a saber. Pero cada vez que en mitad de la noche me despierta el remordimiento, me pongo mis zapatillas nuevas y vuelvo a dormir. Igual como si fuera un ejemplo de inverso multiplicativo: entre más duermo con ellas, menos vergüenza tengo.
Y no es por justificar nada, ni menos que no haya superado la muerte, pero la cicatriz perpetua en mi talón y el conglomerado de ampollas en mi metatarso no son nuevas, son responsabilidad de ese parcito que ya van rumbo al basural. Así que no te atrevas a mirarme así; que tú chala, a estas alturas del otoño, deberías estar durmiendo.