domingo, junio 15, 2008

santiago centro

Yo vivía en un departamento cuando chica, no quedaba en la esquina, pero sí cerca de la intersección entre Ejército y la Alameda.

De noche los colectivos y sus dueños hacían que conciliar el sueño fuera difícil. Desde mi balcón, mirando a Ejército, se podía ver en la vereda de al frente una tienda de tortas en el primer piso de un antiguo edificio. Pero no era una tienda de tortas cualquiera. Ahí la discusión no era si el pastel sería de merengue, de majar, de chocolate o de naranja.
Su negocio era el de la decoración estrafalaria de las mismas. Habían tortas que emulaban una cancha de fútbol, otras al ruedo del vestido de una muñeca(ver fotografía) y algunas hacían las veces de un carrusel.

Yo con seis años, apenas podía ver por encima de la vitrina y para mi esa tienda, junto con la ferretería de la esquina, era el mejor lugar. Si bien justo bajo mi casa había una sala de juegos con flipper, imaginarme una torta de esas en la mesa de mi living para mi cumpleaños, era en sí toda una experiencia.

La dueña de la tienda se llamaba Hilda Cárdenas y usaba un parche en su ojo izquierdo. Nunca le temí, nunca me escapé de ella como sí lo hice de los leones que estaban en la plaza que aún existe en el bandejón central de la Alameda. Incluso pensaba que, en una de esas, se le habían quedado pegados los párpados una mañana y que no había tenido la suerte de tener una mamá o una tasa de té al lado.

Ahora que lo pienso, quizás simplemente había perdido el ojo, lo había dejado en el velador de algún amante. Ahí si que hubiese tenido sentido el "toma, aquí tienes mis ojos, son tuyos desde esa primera vez".

Hay poca gente que se atreve a hacer lo que dice. Supongo que gracias a Doña Hilda yo creo más en los hechos que en las palabras. Siempre me gustó todo lo que contaban sus tortas, mucho más de lo cualquier otra me pudo contar.

Una vez me atreví a entrar a su negocio, yo ya tenía veinte años. Estaba convertido en una estupenda universidad dos por uno, situada en el, ahora, barrio universitario de la Capital.

Doña Hilda me regaló un capri de chocolate blanco relleno de guinda alguna vez, creo que ya no los venden más.

miércoles, junio 11, 2008

Silencio, abrazo, palabras, no hay más que. Tus ojos, tus manos, en mi cuello.

Mientras las moscas rompen nuestro silencio. Que jamás es absoluto, que siempre es necesario, que ahora necesito menos que besar. Té

té puro , té supremo.

eso quiero

martes, junio 10, 2008

doble estándar

NO SEA ESTÚPIDO----->

LAS SEÑALES NO SE CREAN EN VERSO
LOS RECADOS ÍNTIMOS NO SE MANDAN POR CORREO
NO SE RUEGA QUE APAREZCAN


SE MIENTEN A LA CARA