lunes, marzo 06, 2006

Memorándum

El viejo estaba sentado frente a su reflejo. Podía mirarlo, gracias a un charco de agua que se había formado durante el tradicional riego de la mañana. Desde ese instante y para siempre, le extrañó lo que veía; un reflejo que era nuevo cada vez. Un diluido susurro le recordaba, desde entonces, insistentemente nada.
Sus triunfos personales eran ahora en vano, pues de nada sirven cuando no hay nadie que los cuente con algo más de sabor o que incluso los reinvente en un almuerzo familiar. Las cicatrices son igual que la piel ahora, tienen el mismo sentido: tapar lo que hay debajo.
Las palabras no las extraña así como lo hago yo, porque jamás las escuchó. Tal vez por eso le duelen tanto, porque no es capaz de recordar el camino que antes lo llevaba a aprenderlas sin saber siquiera como suenan. Se le va de la cabeza la justificación de tenerla a ella y no a otra a su lado, se le olvidaron las cosas lindas que le había escrito. Le quedaban sólo sus ojos, que por minutos lo llamaban irrefrenablemente a su encuentro. Pero la lucidez duraba un segundo, uno entre millones que vivía una y otra vez.
Por eso le da rabia y se toma una aspirina creyendo que los mareos, así como el agua, algún día pasarán. Por eso no sabe si esto es realmente vida cuando no tiene el corazón de la memoria.
De que sirvió trabajar tantos años, tener tantos hijos y libros leídos. Para que haber accedido a la idea de ser un aspirante a semi culto, cuando ahora la calle Mac-iver le parece la misma que ninguna, porque el nombre de su hermana se le ha borrado.
Pero algo lo consuela, no sabe como llamarlo, no sabe como sacarlo por sobre su enfermedad. Pero esa experiencia, eso que no contesta, lo hace reír sin razón aparente, cada vez que mira ese extraño reflejo durante el transcurso de esa extraña mañana.

1 comentario:

Conti dijo...

para Miguel (en la foto Vicente)