Mis
zapatillas nuevas durmieron a mi lado. Me las saqué para poder dormir, para dormir cómodamente digamos, y para demorarme menos en conciliarme en el sueño.

No puse mucha atención donde las dejé, en general no me fijo mucho donde pongo las cosas y mi madre me suele sermonear por ello. Usualmente creo que tengo la suerte de no poner mucha atención, pero lo que hice anoche fue un despropósito. Fui descriteriada y provoqué un desastre de proporciones irónicas que aún desconozco.
Me desabroché los cordones de una
zapatilla y me la saqué,
la otra fue desenfundada producto de mi pie, que ya liberado, la empujó y la hizo volar por los aires. Las 2 cayeron dentro de un perímetro similar.
Pero yo caí a un lado, tenía demasiado sueño y estaba demasiado contenta como para fundar un día nuevo antes de dormir un rato. Así que me arropé y desarropé durante la noche. Supongo que me debatí entre un lado y otro y también asumo que mi respiración se encendió a ratos y mi pecho se empezó a querer continuo y acelerado desde la noche anterior, sospechoso estado de temor y regular sensación a leche condensada. Cómo si esto fuera una pregunta, me respondo que es verdad y que lo sustantivo justifica la existencia de mis labios y mi lengua, aunque me confundan con su carencia de aliento cada vez que lo pronuncian.
Al despertar miré a mi derecha y ví un charco de sangre. Era, para ser precisa, una tela roja y cordones que amarraban a mis
zapatillas antiguas por el cuello.
Las nuevas estaban durmiendo plácidamente a su lado, o lo estaban aparentando, no había ánimo para descubrirlo.
Las
muy sínicas durmieron pegaditas a mi y yo irresponsablemente las dejé solas, así que el amanecer ya me mostraba lo inevitable, se habían agarrado de las lenguas los dos pares
rojos y olímpicos, así no se puede.
Luego de volver del shock, tomé a las
viejitas en mis manos y claramente se podía ver, sin peritajes forenses, que había luchado. Las viejas canallas estaban amarradas y en silencio, de ellas emanaba un olor putrefacto. Después de haber pedido tantas reivindicaciones deben haber estado cansadas, no las culpo.
Así que las saqué afuera, las dejé a un lado del basurero y les di sepultura.
En la noche, cuento corto, me puse las nuevas y según lo que he escuchado últimamente estaba muy feliz, bailé como nunca.

Preferí no hacer ninguna denuncia, lo que a veces no me permite dormir bien. La
culpa aparece de tanto en tanto porque estoy conciente que soy la única testigo ocular del desastre y si no hablo, este incidente nunca se va a saber. Pero cada vez que en mitad de la noche me despierta el remordimiento, me pongo mis zapatillas nuevas y vuelvo a dormir. Igual como si fuera un ejemplo de inverso multiplicativo: entre más duermo con ellas, menos vergüenza tengo.
Y no es por justificar nada, ni menos que no haya superado la muerte,
pero la cicatriz perpetua en mi talón y el conglomerado de ampollas en mi metatarso no son nuevas, son responsabilidad de ese parcito que ya van rumbo al basural. Así que no te atrevas a mirarme así;
que tú chala,
a estas alturas del otoño, deberías estar durmiendo.